Apuntes de Japón: palabras, gestos y sabores
- Sofía Maiolo
- 3 jul
- 3 Min. de lectura
Ya pasó más de una semana desde que volví, y todavía hay cosas que no terminan de acomodarse. A veces, escribir es la única forma de darle forma a lo vivido, de entender lo que quedó suspendido entre la memoria y el cuerpo. Con el mate al lado, en una mañana de sábado —por suerte, no tan fría—, de esas que invitan a bajar el ritmo, me animé a poner en palabras una parte de todo eso que quedó dando vueltas. Así nacen estos apuntes: algo caóticos, ligeramente desordenados, pero aún frescos y muy vivos. Fragmentos de lo que fue mi experiencia en Japón.
En mi primer día en Japón, mientras subía a la Tokyo Tower, me encontré con una frase que me acompañó toda la semana: “Revising the past, learning the future.”

No podría haber encontrado una mejor síntesis de lo que viví durante esos días.
Viajar por trabajo me ha dado la fortuna de conocer muchos países, pero Japón es otra experiencia: sumergirse en una cultura que conjuga una tradición milenaria con una vanguardia extrema, donde cada gesto tiene un significado, y cada silencio, un mensaje.
Esta semana, una vez más, me enfrenté a los desafíos sutiles de la multiculturalidad.
Presentar con traducción simultánea exige una pausa constante, no solo en las palabras, sino también en el ritmo, en la postura, en la manera de conectar. Hay expresiones que no se traducen, otras que cambian de sentido, y algunas que simplemente se pierden en el aire. Todo eso se percibe en el cuerpo, en la energía y en la intención que ponemos en cada frase.
Pero descubrí también algo muy valioso: cuando la intención es clara, el mensaje llega. Tal vez no con la misma precisión, pero sí con la misma emoción. La sonrisa al final de una frase, el gesto atento, el respeto por el turno de palabra...todo comunica. Y esa habilidad para “leer el aire” - 空気を読む, kuuki wo yomu - que tienen los japoneses para captar el ambiente, las emociones y las intenciones, incluso sin palabras, me pareció fascinante.


Lo que más me conmovió fue la amabilidad genuina de cada persona que conocí. Esa hospitalidad que no necesita grandes gestos, pero que se refleja en cada detalle: en cómo sirven el té, en cómo se despiden, en la preocupación sincera por que te sientas bienvenido, aun sin compartir idioma. Un verdadero cuidado hacia la persona.

Y qué decir de los sabores. Difícil explicarlos con palabras: texturas nuevas, combinaciones inesperadas, sensaciones que me invitaron a aprender desde el paladar. Desde un clásico ramen que reconforta el alma con su caldo profundo y aromático, hasta el umeboshi, esa ciruela encurtida que sorprende con su acidez y potencia, comer en Japón fue, en sí mismo, una lección de historia, estética, tiempo y dedicación.

En medio de todo eso, algo que me atravesó por completo: ver un producto uruguayo - WorkWithPlus, creado con tanto amor en el sur del mundo - siendo utilizado en Japón, en proyectos desafiantes, exigentes, de altísimo nivel. Sentí una mezcla de emoción, orgullo y gratitud difícil de describir. Fue como ver materializado todo el esfuerzo, la pasión y el propósito que nos impulsan cada día. Me recordó por qué amo lo que hago, por qué elegí este camino, y por qué vale la pena seguir apostando por construir puentes, incluso cuando parecen lejanos.Y sí, en ese momento, mi orgullo uruguayo se disparó…y todavía sigue ahí, intacto.
Porque ver algo que nace en nuestro rincón del mundo aportar valor en otro extremo del mapa, es también una confirmación: tenemos con qué. Talento, creatividad, compromiso, visión. Desde nuestro amado Uruguay podemos generar impacto real, construir tecnología útil, humana, global. Y hacerlo cuidando lo que importa: las personas, los vínculos, el propósito.

Regreso con los sentidos llenos, el idioma un poco enredado, nuevas preguntas, y la certeza de que entender al otro - de verdad - es un acto que requiere tiempo, paciencia y humildad.
Japón me enseñó que a veces hay que revisar el pasado con respeto para poder construir el futuro con sentido.
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